Dos Años de Bendiciones


El correo que uno de fieles de nuestra iglesia, cuyo nombre yo entonces no conocía y el cual hoy no recuerdo muy bien fue muy emotivo y gratificante. Fue una dichosa y sentida confirmación de que los dones que el Espíritu Santo reparte entre nosotros pueden rendir preciados frutos espirituales. Este hombre agradecía que domingo tras domingo el Coro de la Santísima Trinidad de nuestra Iglesia Holy Trinity estuviese encargado de la música en la misa de 1 de la tarde que celebramos en nuestro amado idioma castellano. Y agregaba inmutable este feligrés, externando recónditos y apartados sentimientos que para él el llorar conmovido en la iglesia era algo tan novedoso como exquisito y sublime: “Soy un viejo de 57 años que ha triunfado en los negocios y que como buen y recio regiomontano, no lloro en público. Sin embargo, al oírlos a ustedes mi emoción es tan honda y viva que derramo lágrimas como niño”. En lo único que no estuve de acuerdo con este amable parroquiano es en eso de llamar viejos a las personas de su edad. Es indudable que como el bueno señor no me lleva muchos años mi opinión puede carecer de validez y estar muy cargada de sesgo.


A las personas que como nuestro querido “viejo” acuden a la iglesia les podemos decir parroquianos, aunque esta palabra también se aplica a las que acuden a algún otro establecimiento público como lo son los bares y tiendas. Yo creo que esta última acepción es la más común en nuestro atribulado México. La voz parroquia viene del griego y como tantas otras, por vía del latín. También podemos decir que este cordial caballero cuyo correo electrónico tanto he agradecido es un feligrés. La procedencia de este término es latina: fili eclesĭae, o hijo de la iglesia. Recordemos que entre otras peculiaridades, el castellano trocó la f inicial por la afónica h. Tanto el entrañable gallego, el dulcísimo bable, el elegante catalán, el romántico italiano, el para mí difícil, complejo e ininteligible francés, el tan cercano, querido y a la vez inentendible portugués y el distante y misterioso rumano conservaron la f. Así, la palabra hija (filia en latín) se escribe filla, fia, filla, figlia, fille, filha y fiică en los idiomas arriba mencionados. Algo parecido pasa con los higos, que compiten con el mamey en mi lista de frutas cuyo sabor y textura encuentro indiscutiblemente irresistibles. Del latín fici, tenemos figo (gallego, portugués, catalán y bable), figue en francés, y smochin en rumano. Es evidente que el latín no fue tomado en cuenta por los rumanos al nombrar a este suculento y agradable fruto aquellas tierras eslavas. Es una incuestionable curiosidad que en filipino, hija y higo se escriben iha e igo, no pudiendo así negar la influencia que durante tres siglos la querida lengua de la Madre Patria tuvo en las exóticas y paradisiacas islas.


Fue triste, inolvidable y enternecedora nuestra corta relación y amistad con la Sra. Lidia. Un domingo se nos acercó después de misa esta piadosa y fiel mujer con una sola petición: quería que nuestro coro cantará su misa. Al pedirle detalles, pues inicialmente no entendimos qué nos quería expresar, con voz clara, afable y segura nos explicó que le habían encontrado un terrible cáncer y que muy pocos meses le quedaban de vida. Se refería, entonces, a su misa fúnebre. ¡Qué gratificante y reconfortante fue el entonar nuestros coros en su misa, Doña Lidia! ¿Qué mejor forma de poner nuestros dones al servicio de los demás? La recordamos por su enérgico aplomo, inigualable dignidad y envidiable fe al verla acudir a misa en los pocos domingos que siguieron a nuestro primer encuentro. ¡Sabemos que está Ud. disfrutando de la presencia del Padre y a Ud. que está tan cerca del Señor le pedimos sus oraciones por nuestro coro!


Nuestro coro sería otro, muy distinto y menos inspirado, si no hubiésemos tenido la especial, providencial, y perdurable bendición de que el Diácono Rogelio González fuera asignado a nuestra parroquia mientras completaba sus avanzados estudios religiosos. Rogelio, originario de Hidalgo, es un joven de gentil espíritu, grandísima fe, ejemplar carisma y poseedor de innumerables dones. Será ordenado sacerdote en California en octubre del presente, y estoy seguro que será un pastor único. ¡Qué bendecida sería nuestra Iglesia Católica si todos los presbíteros tuvieran la categoría, humildad, y dones de liderazgo de Rogelio! Fue este futuro Padre quien con un decidido y señalado don de mando pero con infinita paciencia, prudencia y positivos comentarios encauzó a nuestro coro. Su canto favorito era El Espíritu de Dios Está en Este Lugar. Fue Rogelio fiel acompañante de Monseñor José López, cuyas homilías hablaban de gratísimos episodios familiares y de su inmensa e ilimitada benevolencia y quien tristemente falleciera repentinamente hace algunas semanas. Su partida fue llorada por todos los que cada domingo celebramos la Eucaristía en nuestro idioma.


El Espíritu de Dios… fue uno de nuestros cantos de Comunión en la misa donde despedimos al Diácono Rogelio cuando por órdenes de la Iglesia fue enviado a seguir su vida en la costa del Pacífico. El fervoroso, ardoroso, y cariñosísimo aplauso que le prodigó la congregación aquella tarde duró varios minutos. No había nadie en sus asientos y quedaron derramadas incontables lágrimas. Nos queda el consuelo de saber que en alguna parroquia californiana habrá un excelente sacerdote, bondadoso y dedicado a su rebaño, y quien será indudablemente amado por todos a los quien él sirva.


Hace unos meses recibimos la no muy agradable noticia de que el P. Alex Pereira, nuestro vicario, dejaría nuestra parroquia pues el obispo lo había llamado a desempeñar un importante puesto en la parroquia. Aunque podría pasar por mexicano, el P. Alex era de origen sefardita. “Lo que hizo San Pablo”, me dijo algún domingo después de misa, “lo hice yo. Yo también estaba en contra de los católicos e inclusive encabecé una manifestación en protesta de la visita a San Antonio de Juan Pablo II (al que hoy ya muchos lo apodan merecidamente “El Grande”).” Como Pablo, el P. Alex tuvo una intensa y profunda conversión que eventualmente lo llevó al sacerdocio. Entre sus muchas cualidades están la simpatía, la sinceridad, la humildad, y su destacado carisma. Sus gratísimas homilías, pronunciadas en nuestro idioma con un agradable acento eran interrumpidas con su habitual pregunta: ¿Cómo se dice en español? Era fácil comprender porque este hombre de alma tan clemente e intocable autenticidad le agradaba a la congregación. Ni el hecho de que no hablara el castellano como nosotros ni el de que su cultura fuera otra fueron jamás impedimentos para que nuestra comunidad lo considerara ser un noble amigo y un magnífico pastor. ¡Lo extrañamos, querido P. Alex!


El Coro de la Santísima Trinidad tiene entre doce y quince miembros. Todos de indiscutible talento y devoción. Unos son jóvenes y otros ya no tanto. Nuestras edades van de los siete tiernos años hasta las que aproximan la vejez aludida por nuestro amigo regiomontano. Algunos tenemos dos años con el coro mientras que otros llevan apenas dos semanas. Nuestros países de origen son México y los Estados Unidos. Hemos tenido invitados entre los que se encuentran primeramente muchos de los matrimonios del Grupo de los Viernes que nos refuerzan con su contagiosa alegría, devotas voces y sonoras guitarras en ocasiones especiales como Guadalupe. También nos acompañó alguna vez David con su atinado y preciso bajo. Tino y Lucina—él con su reverente estilo al acordeón y ella con su fervorosa voz y portentosa fe—nos dieron la oportunidad de hermanarnos aunque sea por un domingo con su grupo Sabiduría del Espíritu de Orizaba. El distinguido coro de Darnell nos acompañó con sus educadas voces en una de las fiestas marianas; la invitación a que sus cantos se vuelvan a unir a los nuestros sigue abierta.


Si la partida del P. Alex fue dolorosa, la llegada de nuestro nuevo vicario fue un acontecimiento tan feliz como memorable. El P. Martín García es originario de Mexicali. En solamente unos cuantos domingos su vigoroso, informal, genuino, y placentero estilo ha hecho que los feligreses le otorguen su absoluta aprobación e incondicional admiración. En una ocasión el nuevo Padre nos hizo repetir el canto de entrada porque a su modo de ver, la congregación lo había cantado desganadamente. En otra ocasión le pidió a nuestro diácono, Óscar, que repitiera el “Vayamos en paz…” ya que la respuesta de la gente fue tan débil como descolorida. Su forma de consagrar el vino y el pan es notable y memorable. El joven y devoto sacerdote levanta el pan y el vino con acendrada y recalcada pasión, inquebrantable e impoluta fe y formidable convicción. Más de un feligrés ha comentado la alegría que causa el tener el extraordinario privilegio de ser partícipe de este Banquete con el P. Martín.


Dos años de bendiciones que se cumplen en la última semana de septiembre. Con la ayuda de Dios y la luz de su Espíritu, seguimos adelante.


Agosto 2011