El corredor y la montaña
El corredor y la montaña
En una fresca mañana
y con firmeza en el ceño,
demostrando un gran carácter
muy resuelto, el jovenzuelo,
divisó la alta montaña
cubierta por mil reflejos
con que su cima adornaban
las albas nieves de invierno.
Dijo entonces, sin dudarlo,
con sincero sentimiento
que muy hondo reflejaba
su grande convencimiento:
–Hoy proclamo a quien me escuche
y anuncio a los cuatro vientos
lo que propongo lograr,
pues no me espanta a mí el reto:
Aunque parezca imposible,
yo conquistaré ese cerro,
competiré con campeones,
contra los grandes, corriendo.
Empezando desde hoy,
he de cultivar mi cuerpo.
Con fe y determinación
inicia mi entrenamiento:
trotaré por estas calles
de este mi querido pueblo,
hora tras hora, constante,
con esfuerzo duradero.
Obtendré por recompensa
músculos fuertes, de acero.
Primero serán colinas;
seguirán después los cerros.
Yo llegaré hasta la nieve,
y conquistaré mi anhelo.
¡No habrá nada que me pare!
Progresaré a paso lento,
con tesón y voluntad,
sin que ningún contrapeso
pueda jamás detenerme
o disminuya mi empeño.
Entrenaré sin cansancio
siempre fiel al juramento.
Lo proclamo sin chistar
y grito sin miramientos:
¡No pasará más de un año
sin que se llegue el momento!
Ya está dada mi palabra
y esto es lo que yo prometo:
En doce meses, no más
en la alta cima me veo.
Conquistaré la montaña,
y lo voy a hacer corriendo.
Mas no faltó quien dijera,
–Solo ver para creerlo.
El joven luchó sin tregua
en los meses que siguieron.
Y en silencio, sin rendirse,
entrenaba con gran celo
sin jamás nunca quejarse
de aquél grandísimo esfuerzo
que día a día él hacía
al ir en pos de su sueño.
Sus padres nunca dudaron
del éxito de su empeño,
pues conocían su carácter
y ya daban por un hecho
que el hijo, en solo unos meses,
alcanzaría su deseo.
El tiempo siguió su marcha,
ya que todo lo que empieza
acaba por terminar,
y por fin llegó la fecha.
Coincidió que en esos días
se organizó una carrera
que subiría desde el pueblo
a la alta cordillera
cuya cima, con sus nieves,
era del pueblo bandera.
Y así, los competidores
se inscribieron a la prueba
y entre ellos figuraba
el joven de esta leyenda.
Y llegóse así el momento:
en esa mañana fresca
todo el pueblo festejaba
con coloridos emblemas
a cientos de corredores,
uno de ellos a nuestro atleta,
que ya estaban alineados
junto a la línea de espera
esperando el silbatazo
para iniciar la gran gesta.
Con nerviosismo patente,
aunque en ambiente de fiesta,
los atletas se aprestaban
estirando unos las piernas,
otros cerrando los ojos,
repasando su estrategia,
o elevando una plegaria,
mas sintiendo todos cerca
el momento electrizante
del comienzo de la brega.
Abrió los ojos el joven,
interrumpió su ritual,
por un muy breve momento,
y sintió necesidad
de buscar el gran apoyo
que los padres pueden dar.
Entre esa gran multitud
y no por casualidad,
con muy patente emoción,
orgullo y felicidad,
estaban, fieles, sus padres
sin apartar su mirar
de su hijo tan querido
dándole apoyo total,
bridándole su cariño
y amor incondicional.
Quiso sentir el buen joven
el calor de un buen abrazo,
y dejando al pelotón,
busco encontrar el regazo
de su madre generosa
y el decidido respaldo
que en su padre encontraría
antes de emprender el paso.
Mas cuál sería su sorpresa
al encontrarlos llorando.
Les preguntó, sorprendido,
–¿Me despiden sollozando?
Lo que yo más necesito
es encontrar entusiasmo,
mucha alegría, gran gozo,
y un apoyo señalado
para sentirme seguro,
y correr bien preparado.
Le contestó su buen padre,
obviamente emocionado,
–No confundas estas lágrimas
que tu hazaña ha motivado.
Sentimos gozo profundo
y un orgullo bien fundado
por lo que tú has conseguido:
eres fuerte, leal y sano,
un hombre de integridad,
por tus padres admirado.”
–¿A qué hazaña te refieres,
si ni siquiera ha empezado
esta subida hacia el monte
hacia aquel pico escarpado?
Me preocupa qué diríais
si esto acabara en fracaso.
Miedo tengo a lastimarme,
a quedarme rezagado,
a no llegar a la cima
y veros decepcionados.
Y le replicó su padre,
tomándolo entre sus brazos,
con palabras conmovidas
y con la madre a su lado:
–Yo te digo con orgullo
por hechos justificado,
que me refiero a la fuerza
con la que te has enfrentado
al reto que te impusiste
con aquel gesto animado
que no ceso de admirar,
de conquistar el nevado
no sin antes cultivar
con un afán connotado
tu habilidad al correr,
y todo ya lo has logrado.
Lo que cuenta aquí es tu esfuerzo,
y tu espíritu indomado.
Tú sabes que fue difícil.
Conoces lo que ha costado,
pues nada valioso existe
que sin lucha se haya dado.
Me conmueven tu valor,
el sudor que has derramado,
y el sacrificio que has hecho,
que jamás fueron en vano.
Tu madre y yo, conmovidos,
hemos visto tu adelanto.
No dudamos que tu empeño,
visible por todo un año,
hoy te rienda, con justicia,
excelentes resultados.
El discurso de su padre
conmovió mucho al muchacho
quien aprovechó el momento,
para contestar, calmado,
–¿Y si fallase en mi intento
de subir a lo más alto?
Hizo una pausa su padre,
por la emoción agobiado,
mas al fin le contestó
con muy evidente agrado,
–No me preocupan en nada,
los posibles descalabros
que quizás encontrarás
entre barranco y barranco.
Yo me niego a preocuparme
de lo que aún no ha pasado.
En tu vida, yo lo sé,
subirás muchos peldaños,
y escaleras formidables
a pasos agigantados.
¡Habrá retos muy difíciles,
y aunque te cueste trabajo,
y te veas desfallecer,
que no te importen tus fallos.
Escucha, hijo, este consejo,
que te doy, pues viene al caso:
Fue más valioso el esfuerzo
y más importante el paso
que decidiste tomar
hace casi más de un año,
que lo pueda pasar
hoy en el pico escarpado.
¡Vete hijo, que ya veo
que el muy digno magistrado
de esta muy difícil justa,
ha proclamado el mandato
de ya empezar la carrera.
¡Corre a subir el nevado!
¡No te detengas por nada!
¡Corre valiente, hijo amado!
Enfrenta también la vida,
que también ya te ha llamado,
pues llega ya a mis oídos
su clamor sonante, claro.
En las buenas y en las malas,
en el triunfo y el fracaso,
tendrás aquí quien te apoye
y te extenderá la mano.
Para ti es nuestra confianza,
nuestro amor ilimitado
y un cariño que por siempre
ha de acompañar tus pasos!
Dedicado a mi hijo David, rindiendo merecidísimo homenaje a la gran proeza de haber completado su primer medio maratón.
28 octubre 2019