El Mesías de Handel y el Padre Jim

“Recuerda, hijo, lo que dice el Señor: ‘Consolad a mi gente. Todo valle será elevado y todo monte arrasado,” fueron palabras del P. Jim Tobin que me causaron una profunda emoción hace un par de semanas, cuando al mediodía de un fresco miércoles decembrino, decidí acudir a misa a una de las capillas de la universidad. Pero todo empezó a principios de diciembre, cuando Gladys y yo emprendimos la fabulosa y muy memorable aventura de presenciar cinco representaciones del Mesías de Handel con la Sinfónica de San Antonio y Rafa Jr. cantando las arias del tenor.  En dos inolvidables semanas, viajamos a cinco iglesias en diversos rincones de San Antonio y escuchamos a la orquesta, al magnífico coro de los Masters Singers de San Antonio y a los cuatro solistas (entre ellos, Rafa) entonar el inmortal oratorio del grandísimo alemán George Frederick Handel, quien aunque nació en Halle, Ducado de Magdeburgo, vivió sus más prolíficos años de compositor en Londres, capital imperial donde murió, como ciudadano inglés, a la edad de 74 años en 1759, después de servir por muchos años en la corte de los monarcas británicos.

Aunque incursionó también en el fascinante mundo de la ópera, Handel (o Händel, como se escribiera en el idioma tedesco), triunfó con sus bellísimos oratorios y su magistral uso del melisma.  Este último término musical es nuevo para mí y trataré de describirlo un poco después.

Las óperas y los oratorios tienen muchas características en común.  En ambos hay cantantes cuya habilidad está por muy encima del promedio, quienes  son acompañados por una orquesta clásica. En muchas óperas existen también los coros, elemento este que magnificó el italianísimo Giuseppe Verdi en sus apasionantes trabajos un poco más de un siglo después que Handel. Una de las principales diferencias entre los dos géneros es que las óperas escenifican alguna historia que puede ser trágica, cómica, o simplemente dramática y que sus protagonistas interactúan y representan algún papel, mientras que en los oratorios no hay interacción entre los personajes.  Los oratorios están basados en la biblia y, en el caso de los compositores católicos, a veces también en las ejemplares vidas de los santos.  Las óperas tienen todo tipo de temática que puede ser religiosa pero también incluye situaciones de la vida diaria. En tradicional que en las óperas los cantantes se atavíen con vestuarios de la época y que los teatros sean adornados con impresionantes escenarios y muy elaboradas puestas en escena.  Los oratorios siempre son representados al estilo del recital o del concierto.  

Del Mesías original, cuya duración es de unas cuatro horas, es tradicional recoger solamente algunas partes en los conciertos ofrecidos año tras año en Estados Unidos en el tiempo de Adviento. La Sinfónica de San Antonio nos ofreció una versión de unos 75 minutos que en ninguna manera restó mérito a tan trascendental y señaladamente melismática obra.  A propósito de palabras con raíces griegas, quisiera comentar que “melisma” tiene la misma raíz que “melodía” en castellano.  El uso de los melismas implica que una sola sílaba se cante a lo largo de un número considerable de notas. En el Mesías, cuya letra está escrita en inglés, tenemos un ejemplo en el aria “Every Valley Shall be Exalted” (Todo Valle Será Elevado). La expresión “Ev´ry valley” tiene cuatro sílabas (Ev-’ry-val-ley) en inglés y al principio del área tenemos cuatro notas cantadas por el tenor, cada una correspondiendo a una de las sílabas. Nada de melisma se tiene en “Ev’ery valley”, pues las cuatro sílabas corresponden a cuatro notas.  Tomemos, sin embargo, la palabra “exalted” (silabeada ex-al-ted en inglés).  En uno de los bellísimos pasajes de la imperecedera aria, las primeras dos sílabas cantan “Ex-alt” con un par de notas que acaban siendo preparatorias al melisma.  La sílaba “ed” forma parte de un portentoso melisma de unas 45 notas cantadas en perfecta sucesión. Los melismas de Handel son generalmente rápidos, difíciles, en perfecta comunión con la armonía, muy característicos de su estilo, melodiosos sin falta y bellos sin excepción.  

El aria “Every Valley Shall be Exalted”, de la que apenas hablábamos, es la segunda de mis preferidas.  Antes de esa está también el área de tenor “Comfort ye my people, saith your God” (Consolad a mi pueblo, dice vuestro Dios).  Ambos pasajes provienen de Isaías 40 y se cantan uno tras el otro.  Aunque no conocía a fondo ninguna de los dos, el presenciar cinco Mesías hizo que mi apreciación por los mismos se acrecentara apreciablemente. El canto de Rafa fue exacto y correcto, con precisos y preciosos melismas, pero también sentido, emocionante y directamente emanado del corazón. Yo escuché cuando algunas personas, después de los conciertos, se acercaron a Rafa para comentarle cuánto los había conmovido el escuchar las dos arias del tenor con las que se abría el concierto.  El pasaje de Isaías, después de todo, nos dice que el Señor nos llama y que bajo su mano y poderío todos los valles serán subidos, las montañas arrasadas y los caminos tortuosos enderezados para que podamos llegar a Él.  Y con esa intención y convencimiento se escucharon entonados por la voz de mi hijo.  Similares comentarios se escucharon acerca del canto de la soprano, a quien les presentaré en unos momentos más.

Después de un rato, el coro, siempre acompañado por la orquesta, y bajo la danzarina batuta del director, procede a cantar “For Unto Us a Child is Born”, tomado por Handel de Isaías 9, que en la lengua de Cervantes reza, “Porque una criatura nos ha nacido, un hijo se nos ha dado. Estará el señorío sobre su hombro, y se llamará su nombre «Maravilla de Consejero», «Dios Fuerte», «Siempre Padre», «Príncipe de Paz». El maestro Handel incluye el sublime tema cuatro veces, introduciendo variaciones y nuevos melismas llenos de recovecos. Es prodigioso el poder escuchar más de cien voces y varias docenas de instrumentos unidos melodiosamente entonar esta alabanza.  

Llevamos tres selecciones del Mesías que yo considero mis favoritas: “Consolad a mi pueblo”, “Todo valle será exaltado”, y “Porque un hijo nos ha nacido”.  Si el lector me diera permiso, quisiera tener la oportunidad de comentar acerca de las otras dos de mis preferidas. 

Una de ellas no sucede sino hasta que después de unos tres cuartos de hora, llega por fin el turno de la soprano, quien para nuestra fortuna resultó ser ya conocida nuestra ya que había coincidido con Rafa en el programa de Plácido Domingo de la Ópera Los Ángeles. La nítida voz de Vanessa Becerra, que así se llama esta talentosísima cantante, entona después de algunas melodías introductorias el incomparable aire  “Rejoice Greatly, O daughter of Zion” (Regocíjate sobremanera, Oh Hija de Zion), pasaje tomado de Zacarías 9.  Y vaya que tiene melismas este aire.  Aire, a propósito, es el nombre que en la música clásica antigua se le da a melodías para una sola voz.  Vanessa transmitió el aire de regocijo, alegría, y dicha celestial al interpretar, entonada y virtuosa, este tan admirado y querido pasaje del Mesías.

Cerca del final llega el último regalo de Handel: el Aleluya, quizás las más conocida y querida de las composiciones del egregio compositor de Halle. Y del Apocalipsis nos llegan las proféticas sentencias a las que Handel, en momentos de increíble e inigualable inspiración, agregara su imperecedera melodía:  “¡Aleluya! ¡Aleluya! ¡Aleluya! !Aleluya! ¡Aleluya! ¡Aleluya! Reina el Señor Dios Omnipotente. El reino de este mundo se convierte en el Reino del Señor, de Cristo. Y Él reinará por los siglos de los siglos. ¡Rey de Reyes! ¡Señor de Señores! Él reinará por los siglos de los siglos. ¡Rey de Reyes! ¡Señor de Señores! ¡Aleluya!  ¡Aleluya!  ¡Aleluya!  ¡Aleluya!  ¡Aleluya! ¡Aleluya!” 

En señal de respeto y devoción, es amada costumbre y honrosa tradición el que la audiencia se ponga de pie para escuchar el glorioso Aleluya. Y así lo hicimos en las cinco presentaciones. Y en todas las ocasiones me preguntaba si no se escucharán así los coros celestiales en que los ángeles, los arcángeles y la comunión de los santos unen sus voces para alabar a Dios. Y repentinamente me sentí en el cielo, muy cerca de mi madre, como si pudiera oírla cantar con su voz que fue siempre fuerte y entonada, “¡Aleluya! ¡Aleluya! !Aleluya! ¡Aleluya! !Él reinará por siempre! ¡Aleluya! !Aleluya! ¡Aleluya!”, y como si me dijera, como lo hizo en sus últimos años, “Ra-fa-el”, enfatizando las  sílabas, y luego me insistiera, “¡Canta conmigo! Cantémosle juntos a nuestro Padre Dios ¡Aleluya!”.    

Pero regresemos a mis cantos predilectos en el Mesías. Son cinco. Desde hace unas semanas atesoro y de ahora en adelante sé que me traerán gratísimos recuerdos de los cinco Mesías, de Rafa, de Gladys siempre acompañándome, y de haber sentido muy presente la voz de mi madre: “Consolad a mi gente”, “Todo valle será elevado”, “Porque una criatura nos ha nacido”, “Regocíjate sobremanera” y el “Aleluya, Él reinará por siempre”.  Pero el Mesías de Handel, desde ese miércoles decembrino, también me traerá un recuerdo especial del Padre Jim Tobin, uno de los más queridos marianistas en la universidad. 

Con cierta pena por ser tan tarde, llegué a la Capilla de la Asunción de la universidad esa tarde para asistir a misa.  Después de la bendición final, intercepté al padre y le pregunté si sería tan amable de oír mi confesión.  Aunque el padre no puede revelar secretos de confesión, esta obligación no se aplica a los que recibimos el sacramento, así es que les contaré un poco de lo que sucedió. Empezó la confesión el padre diciéndome, “Tranquilo, que Dios consuela. Dios está aquí y te ama”.  Después de oír mis faltas y antes de darme el perdón, el padre exclamó, “Consuélate, hijo. Dios ha elevado los montes, ha aplanado las montañas y ha enderezado los caminos para que vinieras hoy a verlo. Acuérdate que nos ha nacido un niño que es consejero maravilloso y poderoso Dios. Alégrate, regocíjate siempre. ¡Aleluya! ¡Aleluya¡ ¡Aleluya¡ Has escuchado la voz de quien reina y reinará por siempre. La voz del Reyes de Reyes. ¡Aleluya!”.  

Casi sin poder hablar, le expliqué al padre que eran esas mis selecciones predilectas del Mesías y que lo había visto cinco veces en las últimas dos semanas. “Son esas las palabras de la primera lectura,” contestó el padre con una sonrisa, “de la que te perdiste por llegar tarde. ¡Pero no cabe duda de que Dios te ha llamado en una forma muy especial!” Y agregó inmediatamente, “Y cuando Handel terminó de componer el Aleluya, dijo a todos que ese día había estado en el cielo”.  

Si la coincidencia entre las palabras del padre y mis cinco selecciones del Mesías era difícil de creer, más lo fue para mí el escuchar las últimas palabras del Padre Jim. Me di cuenta que al escuchar el inmejorable Aleluya, me había sentido tan bendecido como lo fue su autor hace 275 años. Y quizás hasta más bendecido que Handel pues yo tuve el gozo especial de sentir a mi madre muy cerca de mí.

 Jamás me cansaré de escuchar el Mesías, ni de esperar, con ansia, el benditísimo canto del Aleluya.  

Recibí la absolución y le agradecí al padre Jim por su tiempo y amabilidad, no sin comentarle también que aunque sin duda todas las confesiones son buenas, la de esa tarde había sido la más maravillosa de mi vida. 


Rafael Moras

23 Diciembre 2016