Una Gratísima Confusión al Piano (Ani)


20 Enero de 2011


Gratísimo fue el momento en que vi a Gladys confundida cuando Annie tocaba el piano. Y no lo fue por verla en un estado de desconcierto.

 

Quisiera tener la oportunidad de aclarar.

 

Empezó este tan agradable y gratificante episodio cuando después de comer una sabrosísima comida que hoy domingo mi amada esposa cocinó muy al estilo mexicano, Annie me pidió que tocara una de mis canciones de nombre “Persevera”. El banquete, por cierto, incluyó un arroz con chiles rellenos para el que hay que “tener mano”, y que esbelto y elegante acompañaba en un plato multicolor a unas enchiladas rojas que brillaban orgullosas, un helado y suculento guacamole, y una riquísima salsa de cuitlacoche. La augusta Real Academia Española de la Lengua, en su diccionario por internet, define a este incomparablemente delicioso platillo mexicano como el “Hongo negruzco comestible parásito del maíz.” Con raíces obviamente provenientes del náhuatl, idioma que lejos de estar extinto seguimos escuchando a veces con extrañeza y siempre con fascinación en mi entrañable Córdoba y más frecuentemente en la vecina y añorable Orizaba. Teniendo la duda, como con muchas otras palabras del antiguo mexicano, de su ortografía, busqué en el diccionario de la autoritaria e infalible academia la palabra “huitlacoche” y me encontré con que está registrada también esta ortografía. Una búsqueda por internet me reveló que hay un sinnúmero de personas que al proporcionar recetas agregan la letra L y convierten a este venerable hongo en huitlalcoche e inclusive cuitlalcoche. Nada raro me parece encontrar esta riqueza de ortografía en las palabras que hemos heredado de los antiguos pobladores de nuestro México dada las radicales diferencias con el castellano.

 

Las confusiones producidas al escuchar una pieza musical pueden suscitarse de varias maneras. Nos podemos equivocar, entre otras cosas, al citar el compositor, título, estilo, época, tono, tiempo, y hasta la trama de alguna obra. Yo soy el primero en lamentar mi falta de capacidad para recordar detalles importantes (como el nombre del autor y el título) de trabajos clásicos del repertorio universal. Les remito, como ejemplo, una situación que me frecuentemente ocurre al escuchar alguno de los floridos, exuberantes, y vivísimos crescendos de Rossini. Aunque sé quién es el autor, tengo casi siempre mayúsculas y penosas dificultades al tratar de identificar la obra a la que pertenecen. Así, aunque siempre disfruto del escuchar las oberturas de La Italiana en Argelia (compuesta en 1813), El Turco en Italia (1814), Semiramide (1823), y la Cenicienta (Cenerentola, 1817), sigo aún sin poder identificarlas con certeza.

 

Tengo el pobre consuelo de conocer muy bien otras oberturas de este magnífico compositor italiano nacido en Pésaro, ciudad de las cuatro “M”: mar, montes, música y mayólica. Es evidente a quién debe la antigua Pisaurum agradecer su tercera “M”. Las obras cuyos acordes y candencias rossinianos a mí me resultan inconfundibles son La Urraca Ladrona (La Gazza Ladra, 1817) y la celebérrima Guillermo Tell (1829). He tenido la grandísima fortuna de presenciar las óperas Guillermo Tell, en 1979, y la Cenicienta, el año pasado, esta última por cortesía de nuestros preciadísimos amigos los Sres. Charles y Charlotte Walker, quienes nos invitaron a la Ópera de Houston. Alguna vez escuche la obertura de la Urraca Ladrona, aunque en su versión abreviada, interpretada magistralmente por la Orquesta de Jóvenes de San Antonio, donde tocaba algún amigo de mis hijos. No son de presumir ni publicar mis pobres estadísticas, pues el genio pesarés escribió nada menos que 33 oberturas, casi todas con su inconfundible estilo. Tengo una colección con todos estos trabajos que considero un grandísimo tesoro, equiparable quizás a aquélla que hace unos 40 años me regalara mi papá con las nueve sinfonías de Beethoven y que seguramente aún existe entre los discos que tanto cuida y atesora mi madre.

 

La canción “Persevera”, cuya letra en inglés escribió inspirada y atinadamente mi entrañable amigo George Pyle, lleva en su letra las tres virtudes, pues dice “Persevere in faith, persevere in hope, persevere in love, persevere in God” (Persevera en la fe, en la esperanza, en el amor, y en Fe.”) La letra completa de este canto, en español, incluye los siguiente:

 

Persevera fiel. Siempre espera en Dios.

Hazlo con amor. Persevera en Él

(1) Siempre procura crecer en fe, y con firmeza, ten más virtud,

conocimiento, moderación, afecto mutuo, y amor.

(2) Sé siempre humilde en el Señor. A nada temas, confía en Dios.

Resiste firme, con devoción. Cristo te ama, Amén.

3) Mil años son como un día, y uno como mil.

Con devoción y paciencia espera en Dios.

 

Los tres versos son fieles a la letra original de George. Cuando hace un año nos anunció George que se casaba su hijo Jim, me explicó que sus planes eran que él y su hija Natalie cantarían en la comunión de la misa Persevere, conmigo al piano. La boda, a la que Gladys y yo tuvimos el privilegio de acudir se celebró en Corpus Christi a principios de julio del año pasado. Fue una profunda satisfacción poder estar con George en la boda de su hijo. George es un excelente amigo y es lo más cercano que tengo a un hermano en éste, mi país adoptivo.

 

Para no agotar la paciencia del amable lector, regreso al incidente que motivó esta carta y que inexplicablemente me llevó a plasmar comentarios un poco improcedentes sobre comida mexicana y las oberturas rossinianas. Decía que al terminar el espléndido ágape, Gladys decidió retirarse por un rato. Annie me dijo que quería tocar “Persevera” en el piano, añadiendo el comentario de que de mis canciones, es su preferida. La tocó por primera vez, intuitivamente y con singular maestría, consiguiendo arrancar a las suaves teclas del piano perfectos acordes que acompañaban con exquisita y precisa exactitud la melodía de Persevera.

 

Me dijo entonces Annie que la volvería a tocar, ahora con mi estilo. Es una maravilla de la música el que cada artista pueda agregar un poco de sí mismo a una interpretación. A los cantantes se les suele reconocer por su tono de voz, pero a los que tocan un instrumento se les suele reconocer por su peculiar manera de sentir e interpretar la música. En el piano, el toque personal se puede manifestar por algún acorde, ritmo, arpegio, o énfasis distintivo. Procedió Annie entonces a interpretar Persevera en la forma en que según ella, yo lo hubiera hecho. Fue para mí algo muy conmovedor el ver el prodigioso talento de mi hija, quien en ese momento rendía un inmerecido homenaje a mi música. Así, sentado en un sillón junto a nuestro añoso y amadísimo piano de marca Baldwin Acrosonic, regalo de mi papá en nuestras épocas de Lubbock y desde entonces, un  fiel compañero de toda mi familia, pasé unos momentos de emoción inconmensurable. Mayor fue mi esta ya inolvidable y imperecedera impresión cuando en esos momentos regresó Gladys a la sala del piano y con genuina y placentera admiración nos dijo había pensado que quien estaba al piano era yo. A Annie le puedo decir que le estoy sumamente agradecido por ese apacible y placentero momento musical.

 

Comprendo ahora mejor que nunca la emoción que seguramente tuvieron mis padres y abuelos al ver hace cuarenta y tantos años al pequeño Rafael sentarse al piano. Aunque muchos pueden sacar sonidos a un instrumento, para poderlo tocar bien se necesita un innegable talento que solamente puede ser otorgado por Dios. Pero para tocarlo mientras se adopta el estilo de otro, ¡sólo un genio!